REVISTA VIRTUAL DE ARTE Y CULTURA

Casa suelta somos todos; todos los que creemos en una búsqueda universal, en la diversidad de caminos, en la posibilidad de transformarnos a cada instante.
Este es un espacio donde convergen las opiniones, las voces, la imagen, la ficción, la palabra, la vida que fluye en interminables laberintos a explorar. Una mirada hacia nosotros, hacia el mundo que nos circunda, para regresar luego al mandala de nuestra esencia.
Somos todos una casa suelta... puede entrar, la puerta está abierta... la ventana también.

La casa anda suelta. Recorre paisajes urbanos, humanos, silvestres, campestres. Se escapa como perro sin correa y se pasea sola. Es una loca linda. Es un hogar abierto.
"Cuidadito que se pierde". Se esconde detrás de un farolito o de un arbolito y dice: "acá `ta". Entonces hay que escucharla porque trae historias para todos los gustos.

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miércoles, 7 de mayo de 2008

El grito de la tierra

“Tristeza que se levanta
del fondo e las tradiciones
del toldo traigo esta zamba
como un retumbo e malones
del toldo traigo esta zamba
como un retumbo e malones"

"Como una nostalgia fuerte
de ranchería incendiada
de lanzas, de boleadoras, y de mujeres robadas.
De lanzas, de boleadoras y de mujeres robadas" .
Zamba de la Toldería, los Fronterizos

Mailén miró el agujero negro de la noche desde su clueca silla de mimbre. Unas gotas resonaban en el suelo de barro y conformaba la única música del rancho. Todo inundado, los caminos empantanados, los hijos allá a lo lejos y la soledad perforándole el pecho con una daga filosa.
El viento soplaba con la violencia patagónica y la lluvia prometía una velada nostálgica de insomnio. Pensaba que la muerte tendría que ir arrinconándola hasta darle un tiro de gracia, pero la espera se convertía en una agonía fatalista que le inflaba las venas de sangre.
Empezaba a sudar debajo de paredes de hielo, le temblaba la mandíbula y castañeaban los dientes como una alcancía repleta de monedas. Pensaba que el final era la disposición milagrosa para reanudar un amor inmenso en un mundo de dioses y hermanos de piel y alma.
La noche respiraba la humedad de una tormenta en descenso, hasta que un puñado de alaridos de muerte embolsó el aire de esa llanura triste y sureña donde habita el olvido de los dueños de la tierra. Mailén no se precipitó, aumentó el volumen de su fiebre funeraria y empezó a distinguir caras fantasmagóricas exigiéndole auxilio. Caras de facciones gruesas y cuerpos fornidos bañados en rojo por heridas de bala de fusiles Remington, exclamaban por la vida e injuriaban en términos primitivos a esos hombres armados de uniforme y caballos.
Ella infló los pulmones con un aire frío que pretendió mitigar la quemazón de su frente ancha y cerró los ojos. La lluvia no podía amortiguar el ruido seco que emitían los caballos contra el suelo y esas voces engangrenadas de una “barbarie” valiente. Apenas movilizaba los músculos y temblaba sudorosa en una silla sin vida ante los incesantes ruidos tétricos que sitiaban el rancho de palos y barro. Se paró como por efecto mágico y salió con los ojos inyectados de rabia a enfrentar a esos blancos asesinos. Tomó una lanza filosa y se interpuso en la carrera de dos jinetes que atravesaban el campo con el destello luminoso de sus espadas.
Atinó a arrojar el arma, y sintió una puñalada caliente en el medio de su pecho. Abrió los ojos bien grandes, descubrió el agujero negro de la noche goteando minúsculas cenizas de agua y cayó de la silla de mimbre castigando contra el barro…”volvieron a ganar los blancos” pronunció sin voz cuando emprendió el rumbo al mundo de los sin
Tierra, huyendo de un desierto de sangre. .

Matías Kraber

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