REVISTA VIRTUAL DE ARTE Y CULTURA

Casa suelta somos todos; todos los que creemos en una búsqueda universal, en la diversidad de caminos, en la posibilidad de transformarnos a cada instante.
Este es un espacio donde convergen las opiniones, las voces, la imagen, la ficción, la palabra, la vida que fluye en interminables laberintos a explorar. Una mirada hacia nosotros, hacia el mundo que nos circunda, para regresar luego al mandala de nuestra esencia.
Somos todos una casa suelta... puede entrar, la puerta está abierta... la ventana también.

La casa anda suelta. Recorre paisajes urbanos, humanos, silvestres, campestres. Se escapa como perro sin correa y se pasea sola. Es una loca linda. Es un hogar abierto.
"Cuidadito que se pierde". Se esconde detrás de un farolito o de un arbolito y dice: "acá `ta". Entonces hay que escucharla porque trae historias para todos los gustos.

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viernes, 30 de mayo de 2008

Consejo por si pierdes la lengua

Romualdo perdió la lengua. La perdió cuando iba paseándolas por una de las plazas de Buenos Aires. Pero, claro, ser paseador de malas lenguas tiene sus consecuencias. Es de conocimiento público que toda mala lengua no puede salir sin su correa, y que por su natural nerviosismo siempre terminan desbocándose. Romualdo sabe que al final, alguna terminará suelta y se multiplicará como conejitos en cualquier barrio de vecinos. Y a eso debe su especial atención, porque una mala lengua descuidada suele sacudir sus pulgas y hacer ronchas en la piel de las comadres alimentadas a biscochitos de grasa.
Al paseador de lenguas le conviene esta pérdida. Su falta de atención hará duplicar sus ganancias. Tendrá más trabajo. Aún así se preocupa y pide ayuda: “¿cómo haré para recuperar la lengua?”. Un consejo, cortarle la oreja a un demonio. Dicen que el demonio escucha muy bien, y que a diferencia de Dios, que a toda palabra necia hace oídos sordos, las orejas de los demonios son muy limpitas y son capaces de escuchar el reclamo de los pobres que suenan en campanas de palo.
Romualdo no se atreve a tomar el consejo, principalmente porque los demonios forman parte del séquito de su jefe, el Diablo, y él no quiere cortarle la mano al que le ha dado de comer por tanto tiempo. Además, sabe que su trabajo va para largo. Aunque la tentación le corroe por dentro. “Es muy fácil”, le dicen, “le echás sal a la oreja del demonio cuando está durmiendo y ésta se la achicharra y cae. Después la colocás en un frasco de orejones, y si te sobran, las hacés en almíbar”. Romualdo duda, ¡cómo le gustan los orejones en almíbar!, pero no, él no debe perder su objetivo que es hallar a su lengua.
A dos cuadras de la plaza, el paseador de lenguas la ve y corre a buscarla: “¿cómo no se le ha ocurrido antes?”. La heladería se encuentra a unos metros y él bien lo sabe: a toda mala lengua le encanta, le apasiona, lamer los helados de los distraídos.
Mariela Migo

Grupo "La Grieta" de La Plata.Muestra ambulante.




Los Talleres funcionan en la Vieja Estación de la ciudad de La Plata. Allí se dictan diferentes Talleres de Arte destinados a niños y adultos.
La Muestra ambulante, no es sólo la exposición de libros, sino que denota la originalidad, el intercambio y la cercanía del lector con los libros.
Todos los años podés visitarla en los galpones de la Vieja Estación, en calle 17 y 71.

Entrevista a Gabriela Pesclevi, coordinadora del Taller de Literatura del grupo La Grieta.

¿En qué momento aparece la idea de “Libros animados”?

Gabriela: Es un proyecto que nace a partir de una Muestra ambulante que realizamos en el año 2006 y se llamó “Los libros que muerden” .Tuvo que ver con los libros para niños que estuvieron censurados durante la dictadura militar en nuestro país. Fue tan movilizante, que tuve ganas de apelar no sólo a la memoria y la historia, sino también a la fantasía, a lo lúdico, a lo extraordinario. Así surge la idea de “Libros animados” como proyecto. Los libros que muerden, fue un proyecto realizado con alegría. La sensación de felicidad le ganó a la reflexión de porqué se habían censurado, más allá de todo, estuvo presente la satisfacción de poder mostrarlos y vivirlos en una muestra. Armamos historias paródicas acerca de los decretos que se firmaron para censurarlos, burlamos esa historia y jugamos con esa muestra.

¿Porqué animados?
Gabriela: El sentido era experimentar una muestra con características nuevas; desde la forma de exponerlos, más osadas y no sólo para chicos, sino instalar que la literatura infantil es para todos en primer lugar y luego se traslada a los niños.

¿De qué manera se exhibieron los libros durante la muestra?
Gabriela: Fue una biblioteca donde no sólo hubo libros, sino muñecos, almohadones, magos, mesas con Talleres, animación a la lectura clásica y moderna. Fueron 350 libros expuestos en seis sectores y a cada uno le dimos una lógica. Algunos estaban en mesas, otros en atriles a la mano del lector para reivindicar el contacto directo con el libro, es decir que no sólo se encuentre en una estantería, sino que se pueda tocar. La premisa fue para recorrer, mirar y abrir mundos.

¿Cómo fue la elección del material a exponer?
Gabriela: Primero se realizó un trabajo de investigación de autores y editoriales, formas de arribar a la lectura, personajes de los libros, libros con imágenes y libros con puro texto. Entendíamos que era despertar en el otro, la vitalidad del objeto libro y que los libros no son aburridos. Hicimos una muestra de libros universal, con autores de todo el mundo.

¿Qué función cumplen los colores y la música en la muestra?
Gabriela: El espacio de la muestra estaba lleno de colores que daban la idea de feria. Invitamos a diferentes artistas plásticos a interpretar los libros con imagen. Las primeras horas hubo música instrumental, serena, tranquila y en el momento de las actividades, alguien trabajaba un libro con la música específica. La apuesta era jugar en otra dimensión.



¿Qué puentes crees que se crean mediante este proyecto?
Gabriela: por ejemplo entre un grupo del barrio Toba y los niños de la ciudad, este espacio sirvió para intercambiar como decís, experiencias lúdicas. Otro puente que genera, es entre disciplinas artísticas como el Teatro, la Plástica, la Literatura; la conexión del adulto con el niño en un espacio de juego. También se generó un puente entre una muestra y otra, “Los libros que muerden” con “Libros animados”.
Los puentes se dan en infinidad de situaciones en este espacio.



¿Cuándo se presenta la próxima muestra de libros ambulantes?
Gabriela: el 24 de noviembre se inicia la muestra ambulante. Los libros animados estarán el 1 y 2 de noviembre de 2007, negocio por negocio y por quince garajes de la zona. Dejaremos en ellos una propuesta para que los vecinos y los que se acerquen puedan jugar.

¿Qué es La Grieta?
Gabriela: es un grupo de gente que se unió en 1993 con las mismas inquietudes y creamos la revista que aglutinaba diferentes lenguajes.

Analía Rodríguez Borrego.

domingo, 25 de mayo de 2008

Como cortarle la oreja al demonio.


En principio hay que saber dónde puede encontrarse un demonio consagrado. Esa es la parte más fácil: en los gritos de los condenados a muerte, en la mirada de las mujeres y de los hombres infieles, detrás de las cruces de las iglesias, debajo de las almohadas de los soberbios, encima de la cabeza de los poderosos, al lado de los niños en la villa, a la derecha de los que levantan el dedo acusador. Adentro de las guerras, afuera de las estrellas, en medio de la miseria. Pero hay otros lugares en los que habita impune. En los silencios, en la razón desmedida, en el desequilibrio de verte, siempre.
Al encontrarlo en cualquiera de éstos lugares, hay que aprender a reconocerlo: siempre lleva el rojo de la sangre inscripto en el lomo; tiene los ojos salidos como vaca por marcar y la cola larga de mono araña. Es pequeño de apariencia y al costado de su rostro irónico y burlón, se abren siete orejas en forma de triángulo peludo. Al acercarse grita un poco, pero luego se da cuenta cuál es la intención del que viene. Sabe que le quieren cortar una oreja y se deja.
Se sostiene una con la mano derecha y con la izquierda se le tira un cuchillazo seguro y rápido a la otra oreja. Las otras cinco ni se mueven. Casi ni sangra y si sangra a nadie le importa. Es irremediable escuchar sus pequeños chirridos, simulados claro, porque sabe que crece con la próxima víctima. El contrincante entusiasmado la recoge del piso y la guarda satisfecho.
El demonio sabe que quien quiere su oreja como trofeo, es un ignorante, nadie puede creer que al sacarle una, escuchará menos que antes. – Nadie-, dice él,- puede ser tan estúpido en pensar que no oiré a los que me siguen llamando por la eternidad-.



Analìa Rodrìguez Borrrego.

miércoles, 7 de mayo de 2008

El grito de la tierra

“Tristeza que se levanta
del fondo e las tradiciones
del toldo traigo esta zamba
como un retumbo e malones
del toldo traigo esta zamba
como un retumbo e malones"

"Como una nostalgia fuerte
de ranchería incendiada
de lanzas, de boleadoras, y de mujeres robadas.
De lanzas, de boleadoras y de mujeres robadas" .
Zamba de la Toldería, los Fronterizos

Mailén miró el agujero negro de la noche desde su clueca silla de mimbre. Unas gotas resonaban en el suelo de barro y conformaba la única música del rancho. Todo inundado, los caminos empantanados, los hijos allá a lo lejos y la soledad perforándole el pecho con una daga filosa.
El viento soplaba con la violencia patagónica y la lluvia prometía una velada nostálgica de insomnio. Pensaba que la muerte tendría que ir arrinconándola hasta darle un tiro de gracia, pero la espera se convertía en una agonía fatalista que le inflaba las venas de sangre.
Empezaba a sudar debajo de paredes de hielo, le temblaba la mandíbula y castañeaban los dientes como una alcancía repleta de monedas. Pensaba que el final era la disposición milagrosa para reanudar un amor inmenso en un mundo de dioses y hermanos de piel y alma.
La noche respiraba la humedad de una tormenta en descenso, hasta que un puñado de alaridos de muerte embolsó el aire de esa llanura triste y sureña donde habita el olvido de los dueños de la tierra. Mailén no se precipitó, aumentó el volumen de su fiebre funeraria y empezó a distinguir caras fantasmagóricas exigiéndole auxilio. Caras de facciones gruesas y cuerpos fornidos bañados en rojo por heridas de bala de fusiles Remington, exclamaban por la vida e injuriaban en términos primitivos a esos hombres armados de uniforme y caballos.
Ella infló los pulmones con un aire frío que pretendió mitigar la quemazón de su frente ancha y cerró los ojos. La lluvia no podía amortiguar el ruido seco que emitían los caballos contra el suelo y esas voces engangrenadas de una “barbarie” valiente. Apenas movilizaba los músculos y temblaba sudorosa en una silla sin vida ante los incesantes ruidos tétricos que sitiaban el rancho de palos y barro. Se paró como por efecto mágico y salió con los ojos inyectados de rabia a enfrentar a esos blancos asesinos. Tomó una lanza filosa y se interpuso en la carrera de dos jinetes que atravesaban el campo con el destello luminoso de sus espadas.
Atinó a arrojar el arma, y sintió una puñalada caliente en el medio de su pecho. Abrió los ojos bien grandes, descubrió el agujero negro de la noche goteando minúsculas cenizas de agua y cayó de la silla de mimbre castigando contra el barro…”volvieron a ganar los blancos” pronunció sin voz cuando emprendió el rumbo al mundo de los sin
Tierra, huyendo de un desierto de sangre. .

Matías Kraber

Malvinas: Secuelas de una guerra absurda




La noche estaba plateada como el aluminio, y ellos estaban sentados en la orilla de la laguna con los pies tendidos sobre el barranco que se extendía por la costa. Cuatrocientos kilómetros en auto para disfrutar de un fin de semana de ocio, de pesca y asado, y esas charlas que sólo pueden efectuarse en un clima apropiado.
Todo estaba calmo y distendido: se intercambiaban anécdotas de juventud y esos cuentos graciosos de otros pueblerinos, que siempre son moneda corriente en alguna reunión amistosa. No obstante, cuando los refucilos empezaron a visualizarse, los cuatro depositaron la mirada en él: en José Luís, el “flaco”, que comenzaba a temblar de pánico ante los primeros estruendos.
Él vive la vida con total armonía; trabaja en el servicio penitenciario, en la parte de producción de lácteos, pasa por el club las medias tardes a disputarse alguna partida de mus y realiza una excursión ociosa por los negocios de sus amigos. No es habitual ni fácil descubrir atisbos de nostalgia y tristeza en sus estados de ánimo; por lo menos se lo nota vivaz y enérgico, en los cruces espontáneos y afortunados por las calles del pueblo. Pero sin embargo, cuando la tormenta se dibuja en el cielo como una colina gigante de nubes grises, y los relámpagos comienzan a preanunciar una secuencia de explosiones graves: Malvinas vuelve a congelarle la piel, retornan los días de hambre y de frío, donde el viento feroz se conjugaba con los bombardeos frenéticos del acontecimiento bélico. Y eso fue la bomba que irrumpió con la paz de la noche.
El viento empezó a soplar con mayor intensidad con un zumbido grave proveniente del sur, y los truenos empezaron a crujir con un sonido tétrico que lo dejaron atónito en la banqueta, con la expresión temerosa en el piso y la mirada fija en un punto distante y remoto. Nadie hablaba y él parecía congelado en la crudeza de la noche, sufriendo una parálisis que los transportaba a esas escenas que pretendía mitigar de la memoria pero que volvían para apoderarse de él como un cáncer maligno que se desparrama por todo el cuerpo.
Sus amigos estaban boquiabiertos, quizá organizando alguna frase coherente y aliviante para salvar al “flaco” de ese autismo eterno; pero quietos e inmóviles de incapacidad y asombro: porque jamás se les había ocurrido imaginar cuánta presión provocaría una guerra, porque jamás se despertó el interés social por un episodio nefasto donde los protagonistas fueron pibes de barrio destinados a morir por un sistema político en estado vegetativo.
El “flaco” apenas hablaba del tema, solo cuando las circunstancias lo sobre exigían. Pero los muchachos de la barra habían firmado un acuerdo tácito de cerrar el tema con candado por tiempo indefinido: hasta cuando él se propusiera romper con ese tabú de acero. Es que nunca toleró los agasajos rimbombantes y aparatosos: esos trofeos o medallas grises que se entregan desde el municipio para hacer campaña o para ilustrar un compromiso patriótico en pos de un aplauso popular. Él, pretende pasar desapercibido, ser uno más del pueblo que no tiene memoria para hablar de Malvinas; cosa de no embarcarse en explicaciones que puedan volver a abrir la yaga. Cosa de no escuchar compasiones artificiales y automáticas en forma robótica de cassette.
De pronto el “flaco” despertó de un sacudón de esa extraña hipnosis. Se paró, miró a los ojos impávidos que lo apuntaban y señaló que no aguantaba ni un minuto más en el lugar: “tengo que ir a mi casa a dormir… para dormir en paz”, dijo entre dientes con la mirada desgarrada de miedo, como un nene que no puede conciliar el sueño y tiene que dormir con sus padres. Nadie respondió, todos atinaron a levantar campamento y guardar las pertenencias en el baúl del auto, mientras el “flaco” se desparramaba en el asiento trasero del vehículo con las manos en los oídos para silenciar esa música tétrica de guerra.
Nadie comprendía con exactitud las reacciones raras del “flaco”; y tampoco nadie se animaba a preguntarle nada. Se viajó sin parar, hablando en voz baja, de a ratos, para no precipitarlo, para no estorbar ese silencio que él mismo procuraba tapándose los oídos, con la impotencia de impedir la filtración de un dolor irremediable.
En el viaje sufrió la guerra; sufrió los cascotazos de nieves azotándole la espalda en el ruido seco que producían la lluvia en el parabrisas, padeció el frío bajo cero del sur en la ventanilla trasera que le enfriaba la oreja dejándola inerte y sorda de la realidad, y soportó los truenos y rayos que golpeaban la noche en forma de bombas que caían próximas a su trinchera. Por horas sólo pensó en eso: no pudo focalizar en otras imágenes, sólo transcurrían escenas tortuosas que se reproducían de la misma forma que en aquel Abril del 82.
El pensamiento fue por horas una herramienta masoquista de dominación que lo dejó anclado en las islas, manejándole la sensibilidad como si la mente no iniciara movimientos y sensaciones corporales. Lloró sin darse cuenta cuando volvió a ver de forma tan fidedigna esas caras que nunca se olvidaría, esos heroicos “soldaditos de plomo” que murieron por la patria, y sobre todo aquél…ese amigo del alma que descubrió en la guerra y que la guerra misma lo suprimió de la vida como un mero acto de magia. Hizo fuerza, y apretó los ojos con violencia como instando a tergiversar la historia, atinando a transformarla, pero se despertó sudoroso en la entrada de su casa con su mujer en la puerta esbozándole una sonrisa de bienvenida.
Se levantó con ese pesimismo de la frustración del sueño, con ese dolor en el pecho de un balazo que le devolvía esa verdad destinada a ser verdad para siempre: “nos volvemos a casa, hemos perdimos la guerra”, balbuceó suave esa frase que había empuñado en puño y letra para mandar a su madre, días después del 14 de Junio 1982 cuando el General Mario Benjamín Menéndez informó al ejército británico la rendición de las tropas Argentinas luego del aniquilamiento de las últimas filas de infantería.
Bajó del auto aturdido y saludó con un gesto a sus amigos que emprendían viaje con bocinazos de despedida. Entró a los apurones y cerró todas las persianas para amortiguar el ruido. Se sentó en la cama y luego de unos segundos de inmovilidad observando el techo, se puso la remera de su amigo que extrajo del armario sagrado y se sumergió en la cama de su hija, de Malvina Soledad: la única que le podía devolver la paz que necesitaba cuando volvía la guerra, la única que podía torcer la Historia.
Al tiempo se durmió y ya el balazo no le volvió a oprimir el pecho.

Matías Kraber.